Otro comentario me da una idea para una nueva entrada.
David Coello me recuerda la historia de la que está sacada la viñeta que ilustra el título de este blog. Salió en el número 2 de
Recto. En grises, claro.
Adolfo Hitler pulula desde hace unos años por mis tebeos. Creo que en nuestra sociedad, la figura de
Hitler se ha convertido en el equivalente a lo que antíguamente representaba
el Diablo. Más allá de lo discutible que es pensar que fuera el peor y más sanguinario tirano de la historia (al respecto, yo recomiendo el libro sobre
Stalin "Koba, el temible" de
Martin Amis) lo que es innegable es que
Hitler es un icono del mal. Yo diría incluso que es EL icono del mal. El rechazo que genera su imagen es automático, pero al mismo tiempo también ejerce una extraña atracción. Creo que porque en el fondo (o no tan en el fondo) todos tenemos un
Hitler dentro de nosotros -o un
Mussolini, depende del carácter, ja ja- Todos somos buenos y malos.
Por eso su valor como personaje es infinito.
A mí me gusta sacarlo de contexto, mezclarlo con nuestra realidad, darle la vuelta...Me lo paso pipa con
Hitler. En
"Silvio José" es el señor
Cubero, un inseguro profesor de autoescuela obsesionado con la poesía infantil. Podría tener cualquier cara, pero tiene la cara de
Hitler y para mí eso es lo que lo hace más adorable. No tiene sentido pero es así.
En la página de
Recto representa otra cosa. La historia está basada en una anécdota real. En mi antíguo trabajo -en una empresa de tarjetas de boda...no, yo no dibujaba tarjetas de boda, sólo me encargaba de papeleos y del trabajo de almacén- tuve durante algún tiempo una compañera que me parecía especialmente desagradable. Un día me empezó a contar que ella pintaba cuadros y para demostrarlo sacó de su bolso una pequeña reseña de algún periódico local en la que se podía ver una de sus obras. Estaba pasando una fase "cubista", me dijo. A mí me pareció que aquello encajaba perfectamente con la personalidad que yo le había asignado. Una especie de mediocridad con delirios de grandeza que me daba mucha grima.
La mujer me explicó los sacrificios que tenía que hacer para sacar tiempo para sus cuadros. Y de pronto dijo lo que dice
Adolfo Hitler en la cuarta viñeta de mi historia. Yo también lo había pensado muchas veces. En ese instante, aquella persona que me parecía tan alejada de mí y yo resulta que compartíamos algo bastante íntimo. ¿Eso la convertía a ella en alguien más atractivo o a mí en más idiota?¿Realmente éramos tan diferentes?
Cuando pensé en escribir una historia a partir de aquello, no sabía muy bien como enfocar la cosa. Hasta que de pronto se me ocurrió utilizar a
Hitler para reflejar esa clase de persona que te atrae y te repele a la vez.
Y además él también pintaba.